4. La fastidiamos

No es que esto sea lo habitual, ni mucho menos, pero a veces pasa: Está Mr. Ostomer tan tranquilo haciendo lo que sea y de repente nota un olorcillo inconfundible. Afortunadamente suele ser el primero (y casi siempre el único) que lo detecta, y sale corriendo a un baño (o a donde pueda) para examinar el desaguisado.

Incluso así, a menudo es solo el olor: la lámina base hace una pequeña arruga y por ahí se ha escapado una ridícula (aunque mefítica) emanación. En ese caso Mr. Ostomer se arregla un poco, coloca bien la bolsa, alisa como puede la lámina base, tapona si es preciso el pliegue inadecuado y ya está. A circular de nuevo por el mundo.

Otras veces es algo más que un suave aroma; es una avanzadilla que pugna por salir, y hay que estudiar los daños, planear una acción o, incluso, si llega el caso, una huida. Y otras veces los prisioneros ya se han fugado y hay que dar la voz de alarma.

En este último caso, dada la mayor o menor envergadura de la fuga, podemos estar hablando de huellas solo en la parte interior del calzoncillo, o de calzoncillo traspasado con afección de pantalón y faldón de camisa.

Hemos contado en entradas anteriores que el sistema que usa Mr. Ostomer es de dos piezas: Una lámina base que se pega a la piel y tiene un agujero para que pase el estoma, con un aro alrededor a unos tres centímetros de este, y una bolsa que tiene un aro complementario que hace un clic hermético con el de la base.

¿Es perfecta la unión de la base con la piel o puede fallar y levantarse? Puede fallar y levantarse. ¿Es perfectamente hermético el clic de los aros de la base y de la bolsa o pueden fallar y abrirse? Pueden fallar y abrirse. ¿Es perfecta la unión del tejido de la bolsa con su aro o puede rasgarse? En este mudo nada es perfecto y todo puede estropearse y salir mal alguna que otra vez. (Si no no habría ninguna emoción).

Añadamos a esto que la mierda, como cualquier prisionera que se precie, tiene la sacrosanta obligación y el ansia indomeñable de escapar y lo tendremos todo listo para fastidiar a Mr. Ostomer.

Ya decimos que esto pasa pocas veces, y hasta ahora casi todas le han ocurrido en su casa. Menos mal. Pero una vez en clase... Eso lo contaremos en alguna próxima entrega. Primero vamos a la didáctica.

En el dibujo de la izquierda tenemos a Mr. Ostomer recién duchado y con todos los achiperres nuevos y recién instalados: La lámina de base (en rojo) pegada a la piel tiene un agujero central que deja pasar al estoma. También tiene un aro en relieve alrededor. La bolsa tiene un aro complementario que hace clic en el de la base y cierra perfectamente. Todo está listo para que el estoma suelte lo que quiera, que caerá limpiamente en el interior de la bolsa.

Pero en el dibujo de la derecha vemos una anomalía. Esto pasa a veces cuando la caca es muy poco fluida y no cae limpiamente donde debería, sino que se queda apegostonada alrededor del estoma. Si además Mr. Ostomer no está de pie y andando, con el cuerpo vertical y la bolsa bien dispuesta en su caída, sino sentado, o, el colmo de los colmos, conduciendo, tiene el pliegue inguinal comprimido, la bolsa arrugada y aplastada, y la mierdecilla no ve salida por ningún lado, por lo que se va amontonando al borde del estoma.

Si sigue habiendo más producción, la caca queda cada vez más presionada y empuja para todas partes, hallando a menudo como única salida posible el punto más débilmente pegado del agujero de la lámina base. Y si ha encontrado que por ahí hay salida va a seguir avanzando hasta ver la luz.

Una ventaja de todo esto es que, precisamente por ser tan poco fluida, su avance es lentísimo, y cuando va llegando al borde exterior su olor avisa con tiempo. Casi siempre.

(A veces se puede dar la tormenta perfecta, pero de esta ya hablaremos, porque ya está bien de cacas por hoy y estáis merendando. Mr. Ostomer siente mucho todo este fastidio que os causa con sus cosas y dice que ya se va. Hasta otro día).

3. Pedos

Ya hemos dicho que el estoma es el nuevo ano de Mr. Ostomer, y lo es a todos los efectos, así que por él salen los tres estados de la materia: sólido, líquido (hay días) y, sí, también gaseoso.

Los pedos de Mr. Ostomer inflan la bolsa como si fuera un globo.

Cuando la bolsa está muy llena la presión del gas pone a prueba la fuerza y el ajuste de los aros de las dos piezas: la base fija adherida a la piel y la bolsa.

En esos casos Mr. Ostomer se va al baño o, si no lo hay, a un lugar muy muy apartado, andando como el monstruo de Frankenstein para no doblar el pliegue inguinal y así no presionar la bolsa aún más de lo que lo está, no sea que se abra en un poof hecatómbico, awesómico y terrífico, y cuando llega a su destino abre ligeramente la unión de los aros para que salga el maloliente gas. (Siempre ha pensado que esto debe de ser una barbaridad y que tiene que haber un procedimiento correcto para liberar ese gas, pero nadie se lo ha explicado nunca y a él no se le ocurre otra cosa), y los vuelve a cerrar comprobando maniáticamente toda la circunferencia.

Como el estoma no tiene esfínter (ya lo dijimos), todo lo que sale por él es espontáneo, inesperado e incontrolado. El gas no siempre suena, pero cuando lo hace es un show.

A veces el pedo avisa: una burbuja traviesa se pasea por el intestino y amenaza con salir. A Mr. Ostomer le da tiempo a barruntarlo y se pone la mano sobre la barriga, presionando un poco el estoma para hacer de sordina. Pero otras veces el inconfundible sonido prrrr le sorprende a él tanto o más que a quienes le acompañan. Menudo papelón. Imagínense el numerito. No huele (habitualmente) porque (si nada falla) se queda herméticamente confinado en la bolsa, pero suena. Y es imposible intentar disimular o desear que alguien imagine que es otra cosa. No. Es un PEDO. Y no hay más que decir.

Uno que jamás olvidará se produjo en un momento muy bonito: en la presentación de un fantástico cómic que había hecho un amigo suyo sobre la vida de un arquitecto mundialmente famoso. El acto tuvo lugar en Madrid en un exquisito centro vinculado con otro arquitecto mundialmente famoso.

Todo era encantador y muy excitante. Mr. Ostomer había osado colocarse en las primeras filas e incluso intervenir en el debate como si tuviera perfecto derecho. Qué desfachatez; qué se habría creído. Pero en un momento de silencio y casi de beatífica contemplación al estoma se le ocurrió hacer un solo. 

Podéis imaginaros la vergüenza, el bochorno, el horror. A él le estuvo bien empleado: En esos momentos se estaba considerando tan inteligente, tan interesante, tan distinguido. El estoma le bajó al fango y le dio una lección de humildad. Bueno, vale, muy bien. Pero ni el autor ni quienes le acompañaban en la presentación merecían ese bochorno.

Mr. Ostomer se puso muy nervioso. Le dieron ganas de levantarse, ir a la mesa, tomar el micrófono y explicarlo, y además pedir que no se preocupara nadie porque no olía. (Por suerte no había sido una de las raras excepciones en las que parte del mefítico gas se escapa por algún pliegue de la base). También le dieron ganas de que se abriera un agujero en el suelo, bajo su asiento, y lo abdujera hasta el infierno o hasta el tercer sótano.

Pero no pasó nada de eso. La presentación siguió su ritmo normal e incluso al final Mr. Ostomer se fue con el autor, los presentadores del evento y otros amigos a tomar cañas. O nadie lo había oído (que puede ser, porque la conciencia del bochorno lo magnifica todo, y a menudo no es para tanto) o lo habían oído pero no habían identificado al causante. O sí habían identificado la cara roja de Mr. Ostomer y lo habían perdonado. Quién sabe. La gente es muy rara.

Hay ostomizados que necesitan, sobre todo al principio, ayuda psicológica. Mr. Ostomer lo entiende perfectamente, pero él nunca la necesitó. Y los hay que no terminan de reponerse jamás y reducen drásticamente su vida social hasta el punto de desarrollar fobias. Mr. Ostomer no es de esos. No quiere perderse presentaciones de comics, exposiciones, conciertos, obras de teatro, viajes, amistades ni nada de lo maravilloso que le ofrece la vida. Y si alguna vez se le escapa un pedo (o cosas peores que ya veremos) da muestras de una gran madurez cerrando muy fuerte los ojos y mascullando muchas veces muy bajito y muy deprisa: "Pío pío, que yo no he sido".

2. Accesorios de farmacia

Hay inventados unos cuantos adminículos para estas cosas de la ostomía. Básicamente la cosa consiste en poner una bolsa que recoja lo que sale descontroladamente por el estoma, pero eso se puede hacer de varias formas con unas cuantas variantes.

Cada uno va probando hasta que da con el sistema que más le gusta (que menos problemas le da). Hay dos marcas preponderantes, y si todos conocemos las encarnizadas guerras entre colacaístas y nesquikistas no os digo nada de las que hay entre los partidarios (acólitos) de una y otra marca de bolsas y accesorios.

Lo que usa Mr. Ostomer es un sistema de dos piezas(1): Una es una base adhesiva a la que se le practica un agujero por el que pase el estoma y se pega a la piel. A unos centímetros alrededor del agujero lleva un aro de plástico con un perfil específico para que encaje con la segunda pieza, que es una bolsa plana, que se adapta bien al pliegue inguinal y que lleva el aro complementario al de la base para que ambos hagan un clic perfecto (casi) y cierren (casi) herméticamente.  

Esa bolsa se va llenando de caca. Suele ser algo imperceptible, de modo que probablemente cuando habléis con Mr. Ostomer esté cagando mientras os sonríe u os cuenta una anécdota. No se da cuenta ni él mismo.

Cuando la bolsa está más o menos llena, o cuando molesta porque se nota o por lo que sea, se cambia por otra. Depende de las personas y de los días (los hay más y menos activos, como le pasa a todo el mundo), pero la bolsa se cambia un promedio de una vez al día (quizá un poquito más). Hay días de dos o hasta tres bolsas, y hay bolsas que duran un par de días. Según(2).

La pieza fija adhesiva puede durar de tres a cuatro días.

Mr. Ostomer va por el mundo con un juego de repuestos, ya que la necesidad de cambiarlos puede surgir en cualquier momento. A veces urgente y aparatosamente.

Mr. Ostomer se ducha con la pieza fija pegada a la tripa. No pasa nada, ni se le despega; incluso a veces parece que el agua templada ayuda a que se ablande y se adapte mejor a la piel. Pero no suele ducharse con la bolsa colgando: no pasa nada, pero le parece incómodo, así que prefiere aprovechar para cambiarse la bolsa cuando se ducha, o para ducharse cuando se cambia la bolsa, según lo que mande más en ese momento.

Cada tres o incluso cuatro días hay cambio de pieza fija (sin ningún motivo Mr. Ostomer la llama "el parche", y a lo mejor algún día se le escapa decirlo aquí) y entonces sí se ducha sin nada y se siente libre como nunca se había sentido cuando se duchaba antes de la operación. (Son los únicos minutos cada tres o cuatro días que esa piel puede "respirar").

(Todo esto, naturalmente, cuando al estoma no le da por decir "aquí estoy yo" en plena ducha, que también lo hace de vez en cuando porque se ve que se siente muy a gusto y se quiere expresar. En esos momentos la situación era muy desagradable y Mr. Ostomer se agobiaba y atosigaba mucho, queriendo hacer varias cosas a la vez, muy deprisa y con muchas manos que no tenía, pero a todo se acostumbra uno y al final triunfa la pachorra. "¿A qué estamos, a duchas o a arreglar desastres?" "A duchas". "Pues eso").

(Todo lo dicho aquí de ritmos y plazos es para los días normales o habituales. Pero, como ocurre con las lluvias, a veces llueve suave y amorosamente y a veces cae la de diosnospilleconfesados. Pero mejor dejamos eso para otro día).




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(1).- El sistema es básicamente de estas dos piezas que se describen. Con ellas dos solas ya funciona. Pero hay también algunos accesorios complementarios optativos. El más común de ellos es un dónut-barrera que se pone alrededor del estoma bajo la pieza adhesiva.

(2).- Hay bolsas que tienen un vaciadero en el borde inferior y se pueden descargar y seguir usando, y por lo tanto duran bastante más. A Mr. Ostomer le pusieron de esas cuando le operaron, y con una de esas se fue a casa. Las estuvo usando una temporada, pero finalmente se pasó a las desechables. Va en gustos y en hábitos.

1. La salida de emergencia

Como su padre había tenido cáncer de colon hacía unos años(1), Mr. Ostomer se propuso hacerse una colonoscopia cuando cumpliera los cincuenta. Se lo propuso tan en serio y con tanta fuerza que solo se le fue la pinza dos años y se la hizo a los cincuenta y dos.

Estaba todo perfecto, así que se quedó muy tranquilo. No obstante había oído que había que hacerse esa prueba cada tres años más o menos, así que se emplazó a sus cincuenta y cinco para repetírsela.

Por lo que sea lo hizo a los cincuenta y seis, y entonces sí; entonces le vieron un tumor de unos tres centímetros de diámetro en la cara interior del colon.

Todo sucedió muy de prisa, todo el mundo fue muy diligente, y en un mes Mr. Ostomer se vio así:

¿No lo veis bien aunque cliquéis la imagen? Pues os lo explico yo: Eso rojo es una bolsa de plástico recubierto de un tejido no hostil al tacto. Vamos por partes.

Normalmente, cuando hay un cáncer en el intestino se corta el trozo afectado (se "corta por lo sano", dejando margen por ambos lados para extirpar con seguridad todo lo que podría ser zona contaminada), y se vuelve a unir el tubo, de manera que el paciente acaba con quince o veinte centímetros menos de longitud y eso no le afecta en nada.

0. Presentación

A Rosalía Bengoechea (@Lia_Bengoechea),
con quien ayer tuve una conversación privada
en Twitter que me terminó de decidir.


Hola, soy Troy McClure, y tal vez me conozcan... No, venga, en serio: Soy José Ramón Hernández Correa y tal vez me conozcáis del blog ¿Arquitectamos locos? y de mis meteduras de pata en Twitter, donde soy @arquitectamos.

Más de una vez (y más de diez, y de veinte) he pensado contar una particularidad que tengo en mi anatomía e incluso en mi fisiología (en España somos unos 70.000), pero no he terminado de atreverme, y no porque me dé vergüenza (¿vergüenza de qué? Como decía mi madre: "Vergüenza de un mal hecho"), no, vergüenza ninguna, sino porque me daba la impresión de que era una forma facilona e incluso algo innoble de buscar atención, de pedir casito. Y eso sí que me parece mal: contar intimidades para conseguir aprobación y simpatía (aunque la verdad es que lo hago a menudo en mi otro blog y en Twitter, pero con este tema, no sé por qué, no me he metido nunca).

4. La fastidiamos

No es que esto sea lo habitual, ni mucho menos, pero a veces pasa: Está Mr. Ostomer tan tranquilo haciendo lo que sea y de repente nota un o...