Ya hemos dicho que el estoma es el nuevo ano de Mr. Ostomer, y lo es a todos los efectos, así que por él salen los tres estados de la materia: sólido, líquido (hay días) y, sí, también gaseoso.
Los pedos de Mr. Ostomer inflan la bolsa como si fuera un globo.
En esos casos Mr. Ostomer se va al baño o, si no lo hay, a un lugar muy muy apartado, andando como el monstruo de Frankenstein para no doblar el pliegue inguinal y así no presionar la bolsa aún más de lo que lo está, no sea que se abra en un poof hecatómbico, awesómico y terrífico, y cuando llega a su destino abre ligeramente la unión de los aros para que salga el maloliente gas. (Siempre ha pensado que esto debe de ser una barbaridad y que tiene que haber un procedimiento correcto para liberar ese gas, pero nadie se lo ha explicado nunca y a él no se le ocurre otra cosa), y los vuelve a cerrar comprobando maniáticamente toda la circunferencia.
Como el estoma no tiene esfínter (ya lo dijimos), todo lo que sale por él es espontáneo, inesperado e incontrolado. El gas no siempre suena, pero cuando lo hace es un show.
A veces el pedo avisa: una burbuja traviesa se pasea por el intestino y amenaza con salir. A Mr. Ostomer le da tiempo a barruntarlo y se pone la mano sobre la barriga, presionando un poco el estoma para hacer de sordina. Pero otras veces el inconfundible sonido prrrr le sorprende a él tanto o más que a quienes le acompañan. Menudo papelón. Imagínense el numerito. No huele (habitualmente) porque (si nada falla) se queda herméticamente confinado en la bolsa, pero suena. Y es imposible intentar disimular o desear que alguien imagine que es otra cosa. No. Es un PEDO. Y no hay más que decir.
Uno que jamás olvidará se produjo en un momento muy bonito: en la presentación de un fantástico cómic que había hecho un amigo suyo sobre la vida de un arquitecto mundialmente famoso. El acto tuvo lugar en Madrid en un exquisito centro vinculado con otro arquitecto mundialmente famoso.
Todo era encantador y muy excitante. Mr. Ostomer había osado colocarse en las primeras filas e incluso intervenir en el debate como si tuviera perfecto derecho. Qué desfachatez; qué se habría creído. Pero en un momento de silencio y casi de beatífica contemplación al estoma se le ocurrió hacer un solo.
Mr. Ostomer se puso muy nervioso. Le dieron ganas de levantarse, ir a la mesa, tomar el micrófono y explicarlo, y además pedir que no se preocupara nadie porque no olía. (Por suerte no había sido una de las raras excepciones en las que parte del mefítico gas se escapa por algún pliegue de la base). También le dieron ganas de que se abriera un agujero en el suelo, bajo su asiento, y lo abdujera hasta el infierno o hasta el tercer sótano.
Pero no pasó nada de eso. La presentación siguió su ritmo normal e incluso al final Mr. Ostomer se fue con el autor, los presentadores del evento y otros amigos a tomar cañas. O nadie lo había oído (que puede ser, porque la conciencia del bochorno lo magnifica todo, y a menudo no es para tanto) o lo habían oído pero no habían identificado al causante. O sí habían identificado la cara roja de Mr. Ostomer y lo habían perdonado. Quién sabe. La gente es muy rara.
Hay ostomizados que necesitan, sobre todo al principio, ayuda psicológica. Mr. Ostomer lo entiende perfectamente, pero él nunca la necesitó. Y los hay que no terminan de reponerse jamás y reducen drásticamente su vida social hasta el punto de desarrollar fobias. Mr. Ostomer no es de esos. No quiere perderse presentaciones de comics, exposiciones, conciertos, obras de teatro, viajes, amistades ni nada de lo maravilloso que le ofrece la vida. Y si alguna vez se le escapa un pedo (o cosas peores que ya veremos) da muestras de una gran madurez cerrando muy fuerte los ojos y mascullando muchas veces muy bajito y muy deprisa: "Pío pío, que yo no he sido".